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miércoles, 2 de febrero de 2011

Democracia de papel (una observación)


Los escándalos sexuales del Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi, han vuelto a poner en entredicho la responsabilidad política que corresponde a los gobernantes de toda democracia. La Fiscalía de Milán (Italia) ha anunciado su intención de procesarlo por un delito de prostitución de menores después de conocer sus relaciones con una joven marroquí, menor de edad hasta el año pasado.
Ante la gravedad de las acusaciones, la oposición ha pedido su dimisión. El Primer Ministro no sólo ha eludido las críticas, sino que asegura divertirse con todo esto.

Berlusconi ha conseguido mantenerse en el cargo a pesar de tener varios casos pendientes con la justicia. Ni sus conocidas “fiestas” con mujeres, ni las investigaciones por corrupción y fraude fiscal a través de su grupo Mediaset, ni sus polémicas leyes para blindarse ante la justicia han logrado derribarlo. Las encuestas siguen dando la mayoría a su partido, el Pueblo de la Libertad, aunque la respuesta a esta política del escándalo ya empieza a surgir. En Internet, el movimiento Pueblo Violeta llama a los italianos a “defender la democracia y la Constitución” y a “pedir la dimisión de Berlusconi”. Por su parte, decenas de asociaciones de mujeres han iniciado también su protesta contra la imagen estereotipada de mujer frívola que el Primer Ministro contribuye a difundir desde su televisión.

La Italia de Berlusconi es sólo un ejemplo representativo de un sistema político que no funciona como debería. Democracias de todo el mundo asisten de forma continuada a la burla de sus representantes políticos y se enfrentan a gobiernos que lejos de servir a la sociedad, se valen de las leyes para recortar sus derechos. Este es el caso de Hungría. El país que hoy ocupa la presidencia de turno de la Unión Europea acaba de aprobar una ley que refuerza el control del gobierno sobre los medios de comunicación. Esta ley de la censura sale de un parlamento democrático.

En Rusia, los defensores de los derechos humanos ya han denunciado en varias ocasiones la falta de respeto a las libertades civiles y la corrupción policial. Su Presidente, Dimitri Medvedev, se ha limitado a reconocer las carencias de la democracia en su país y a justificarlas en la larga tradición de gobiernos autoritarios que ha padecido el país: “Nuestra democracia se desarrolló sólo durante 20 años”.

También en Estados Unidos, donde la bandera de la libertad y la democracia ondea desde su nacimiento como nación independiente, la transparencia y la forma de actuar de los gobiernos ha sido cuestionada en numerosas ocasiones. Las escuchas telefónicas que el gobierno del ex presidente George W. Bush autorizó después de los atentados del 11-S, la interceptación de correos electrónicos, las incursiones en el ámbito privado de los ciudadanos bajo el pretexto de preservar la seguridad nacional, son sólo una pequeña muestra de cómo su democracia también viola los derechos de los ciudadanos. Quizá por eso la aparición de Wikileaks no haya sido bienvenida. Perseguir a su fundador o acusarlo de poner en peligro la seguridad de sus soldados con las filtraciones, es también una forma de censura.

En el contexto de crisis actual las democracias también han demostrado a sus ciudadanos que los derechos y libertades que hasta ahora les pertenecían, pueden serles arrebatados de un momento a otro y sin consulta previa. En nombre del bien colectivo y bajo la promesa de una pronta recuperación, llaman al sacrificio y al silencio. Los ciudadanos de esa democracia autoritaria que no tiene en cuenta de dónde proviene ni para qué nació, asistimos cada día al espectáculo grotesco de la política que nos brindan nuestros dirigentes. Y si políticos como Berlusconi han demostrado que son capaces de eludir las respuestas ante la justicia, resulta difícil esperar que lo hagan ante los ciudadanos.
En momentos como éste, conviene que los ciudadanos recordemos cuáles son nuestros derechos, esos que la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce. Sólo así podremos tomar verdadera conciencia de la situación que atravesamos y forzar el cambio. Ya lo dijo el dramaturgo alemán Peter Weiss: “hemos inventado la revolución, pero no sabemos qué hacer con ella”.

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