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jueves, 27 de enero de 2011

Muertes silenciadas

Fragmentos de una realidad

El coste humano del conflicto en Afganistán crece con rapidez. 2010 es el año con mayor número de muertes entre la población civil afgana desde el inicio de la guerra en 2001. Sólo durante el primer semestre del año, 1.271 personas perdieron la vida. La mayor parte de las víctimas eran niños. La inseguridad, el miedo a la violencia y las malas condiciones sociales han obligado a más de 3.700 familias a vivir desplazadas, lejos de sus comunidades de origen.

En Irak, la situación de los derechos humanos es inaceptable. La violencia continúa, los atentados se cobran nuevas vidas, los desplazados se cuentan por millones. Amnistía Internacional denuncia que los suministros de agua y electricidad son, en el mejor de los casos, intermitentes, que el 70% de los iraquíes no tiene acceso a agua potable y que un 80% no tiene acceso a instalaciones higiénicas eficaces. No esperemos que la prensa nos lo cuente.

Los palestinos también sufren esta indiferencia. Israel continúa violando los derechos humanos de este pueblo ante la pasividad política y de los medios. En la Franja de Gaza vive casi un millón y medio de palestinos, la mayor parte en campos de refugiados, sometidos a un bloqueo permanente y privados de los derechos más básicos.

No podemos olvidar tampoco a las minorías. Su voz no se escucha porque no interesa. Es el caso de las poblaciones indígenas de América del Sur. En la región de la Amazonia viven unos 300 pueblos nativos a los que afectan problemas como el cambio climático, la violencia, o la discriminación. El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, lo expresaba así en la última reunión del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas: “todos los días las comunidades indígenas enfrentan problemas de violencia, brutalidad y desposesión”.


El hambre, la miseria o la violencia nos parecen cuestiones ajenas. Por eso es necesario concentrar la atención en estos asuntos, movilizar a la opinión pública y concienciar al ciudadano de una realidad que existe y que está más cerca de lo que imagina. Si la globalización no es un invento, los problemas de los demás son cada vez más nuestros problemas. Los medios de comunicación están para contarlo. Callar, ocultar o decir a medias, todo es lo mismo cuando de lo que se trata es de informar. El silencio se convierte en cómplice de todas estas muertes.



Pueblos que claman justicia

La comunidad internacional ha puesto su atención en África. Las revueltas de Túnez, la caída de su presidente, las protestas que están surgiendo en Argelia, Egipto o Mauritania no han dejado alternativa. La situación ha forzado a los representantes políticos y diplomáticos a fijar la mirada en el continente ignorado, pero siguen callando. Su preocupación por Túnez no es otra que la de asegurar la repatriación de sus nacionales. De las causas que han llevado a esta situación no se habla.
La llamada “revolución de los jazmines” parece no querer acabar en las fronteras tunecinas. El caso del joven Mohamed Bouazizi, cuya muerte desencadenó el levantamiento colectivo en Túnez, ya se ha repetido en varios países vecinos. La población se ha cansado de ver enriquecerse a sus gobiernos, de ser la víctima principal de sus políticas abusivas y represoras, de tener que sufrir la falta de oportunidades laborales. La revolución popular ha gestionado a su manera una situación que ni gobiernos ni instituciones internacionales se encargaron de resolver desde su posición.

África es también foco de atención después del referéndum de autodeterminación celebrado en el Sur de Sudán. La consulta llega como resultado de los acuerdos de paz de 2005, pactados después de 22 años de guerra civil. Los gobiernos han mostrado más interés por éste acontecimiento que por cualquiera de los sucesos acontecidos en el Magreb. El Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, felicita a los sudaneses por su comportamiento durante la celebración del referéndum, París recibe al Ministro de Exteriores sudanés, la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Catherine Ashton, califica el proceso como “histórico” y los países preparan sus nuevas embajadas. Sudán se convierte en noticia cuando los gobiernos ven cerca la independencia de la región del sur del país. Las declaraciones de Obama en las que afirmaba que el referéndum “devolvió al mundo la esperanza de un futuro de paz y de prosperidad para todos los sudaneses" reflejan la aparente confianza con que los gobiernos recibirían la llegada del nuevo estado.
Resulta más difícil creer en la viabilidad de la independencia si se revisan algunas cifras: el 90% de la población del futuro estado sur sudanés padece una renta per cápita diaria inferior a un dólar, una tasa de analfabetismo que supera el 85%, un acceso al agua potable inferior al 5% y carece de las infraestructuras necesarias para desarrollarse. Según datos de UNICEF, 305.000 niños mueren anualmente en Sudán antes de cumplir cinco años, el 40% de la población infantil sufre problemas de crecimiento y casi la mitad no asiste a la escuela.
La confianza y el interés que los gobiernos muestran en la independencia del Sur de Sudán puede estar determinada por un factor muy distinto: el petróleo. El 75% de las reservas de petróleo de la República de Sudán se encuentran en este territorio, y el principal beneficiario de su exportación es China. Según el diario El País, es Estados Unidos el que ha presionado para que se celebrara el referéndum y también el que ha tenido que hacer algunas concesiones al presidente del país, Omar al-Bashir. La principal, sacar a Sudán de la lista de países que cooperan con el terrorismo.

Negociar con un presidente al que la Corte Penal Internacional ha acusado de genocidio y crímenes de guerra por su actuación en el conflicto de Darfur de nada sirve a los sudaneses del norte, del sur ni del este. Sudán necesita un apoyo que sólo encuentra en ocasiones puntuales como ésta y que llega en la manera que a los gobiernos les interesa. La batalla más urgente que queda por librar es la de la conquista de los derechos humanos.
Cuando el poder convierte su gestión en un arma para el beneficio propio y la población se transforma en víctima de la represión y los abusos, se empiezan a gestar revoluciones como la que hoy se vive en Túnez. En Sudán y en otras tantas regiones donde la falta de medios, de derechos y libertades básicos es aún más patente, la pasividad internacional sólo puede contribuir a fomentar el odio, la guerra y el radicalismo. Los medios para evitarlo están ahí, sólo queda emplearlos.