RSS Feed

sábado, 5 de febrero de 2011

Generación adicta


El 41% de los adolescentes españoles presenta síntomas de dependencia a Internet. Así lo refleja el último estudio sobre seguridad en la red presentado por la Comisión Europea. Navegan sin motivo, dedican menos tiempo a la familia, a los amigos y a los estudios y se impacientan si les falta. Están enganchados.
El incremento del número de horas que los adolescentes pasan frente al ordenador inquieta a los padres. Muchos no comprenden que Internet es ya una herramienta imprescindible para las nuevas generaciones, su forma de comunicarse, de conocer el mundo y de entretenerse. “Los estudiantes de hoy representan la primera generación que ha crecido con las nuevas tecnologías. Los videojuegos, el email, Internet, los teléfonos móviles y la mensajería instantánea forman parte de su vida”. Así son los nativos digitales que Marc Prensky define por primera vez en su ensayo de 2001.

Internet se nos presenta como una “nueva droga” capaz de generar adicción. Pasar demasiadas horas conectado resta tiempo de dedicación a otras actividades. El problema surge cuando estas otras actividades son tan necesarias como dormir, estudiar o trabajar. El último informe sobre adolescentes e Internet de EU Kids muestra datos preocupantes: el 13% de los adolescentes europeos de entre 11 y 16 años que participó en las encuestas, consideró que pasa menos tiempo del que debería estudiando o tratando con su entorno, a cambio de dedicarlo a Internet. El 5% afirma que habitualmente deja de comer o dormir por esta razón.

Los expertos se niegan a convertir el uso excesivo de Internet en una nueva patología con síntomas. Ni la Organización Mundial de la Salud (OMS) ni la Asociación Americana de Psiquiatría reconocen la existencia de esta “enfermedad”. Helena Matute, catedrática de psicología de la Universidad de Deusto (Bilbao, España), lo explica así en su artículo La adicción a Internet no existe: “podemos hablar, claro está, de personas que utilizan Internet de manera excesiva, y también de personas que ven la televisión en exceso, y de personas que hacen más deporte de lo normal. ¿Vamos a llamarlas adictas a todas ellas? Es absurdo”.

Esta supuesta patología se trata, a pesar de todo. Existen expertos en salud mental que estudian el llamado Síndrome de adicción a Internet y lo tratan. Cuando el psiquiatra neoyorquino Ivan Goldberg decidió definir este trastorno en 1995, lo hizo para comprobar la ligereza con la que se crean algunas enfermedades. Así lo admitió años después en una entrevista para el semanario The New Yorker: “diagnosticar cada comportamiento poniéndole una nomenclatura psiquiátrica es ridículo”. El experimento de Golberg se tomó en serio y hoy podemos encontrar cientos de clínicas en todo el mundo que tratan sus síntomas. Como muestra encontramos el Centro para la Recuperación de la Adicción a Internet en Bradford (Pensilvania, EE.UU), que cuenta con su propia página web, netaddiction.com o el Capio Nightingale Hospital de Londres, donde el doctor Richard Graham dirige la terapia para “jóvenes adictos a la tecnología”. Argentina, España o Italia ofrecen también este tipo de tratamiento. En China se descubrió el caso de una clínica que utilizaba técnicas de electroshock para combatirlo. Su Ministerio de Sanidad lo prohibió.

Si dejamos a un lado la terminología y analizamos el fondo del asunto, encontramos que el uso excesivo de Internet puede suponer un problema. Cuando se instala en nuestra vida cotidiana y nos aparta de la verdadera realidad, de nuestro entorno palpable, nos convertimos en esclavos. Que un adolescente esté pendiente de actualizar su perfil de Facebook, de hablar con sus amigos a través de Messenger o de ver el último vídeo de Youtube, no es algo malo. Después de todo, las formas de comunicarse cambian. Que deje de dormir, de comer, de estudiar o de salir al mundo por hacer esto, sí. Conocer y asimilar lo que está ocurriendo en la “era Google” es una tarea que corresponde a los padres, educadores y a la sociedad en general. Sólo desde la experiencia se puede guiar al que todavía desconoce. Internet tiene sus riesgos, no dejemos que sean los más jóvenes quienes los descubran y nos lo cuenten.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Democracia de papel (una observación)


Los escándalos sexuales del Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi, han vuelto a poner en entredicho la responsabilidad política que corresponde a los gobernantes de toda democracia. La Fiscalía de Milán (Italia) ha anunciado su intención de procesarlo por un delito de prostitución de menores después de conocer sus relaciones con una joven marroquí, menor de edad hasta el año pasado.
Ante la gravedad de las acusaciones, la oposición ha pedido su dimisión. El Primer Ministro no sólo ha eludido las críticas, sino que asegura divertirse con todo esto.

Berlusconi ha conseguido mantenerse en el cargo a pesar de tener varios casos pendientes con la justicia. Ni sus conocidas “fiestas” con mujeres, ni las investigaciones por corrupción y fraude fiscal a través de su grupo Mediaset, ni sus polémicas leyes para blindarse ante la justicia han logrado derribarlo. Las encuestas siguen dando la mayoría a su partido, el Pueblo de la Libertad, aunque la respuesta a esta política del escándalo ya empieza a surgir. En Internet, el movimiento Pueblo Violeta llama a los italianos a “defender la democracia y la Constitución” y a “pedir la dimisión de Berlusconi”. Por su parte, decenas de asociaciones de mujeres han iniciado también su protesta contra la imagen estereotipada de mujer frívola que el Primer Ministro contribuye a difundir desde su televisión.

La Italia de Berlusconi es sólo un ejemplo representativo de un sistema político que no funciona como debería. Democracias de todo el mundo asisten de forma continuada a la burla de sus representantes políticos y se enfrentan a gobiernos que lejos de servir a la sociedad, se valen de las leyes para recortar sus derechos. Este es el caso de Hungría. El país que hoy ocupa la presidencia de turno de la Unión Europea acaba de aprobar una ley que refuerza el control del gobierno sobre los medios de comunicación. Esta ley de la censura sale de un parlamento democrático.

En Rusia, los defensores de los derechos humanos ya han denunciado en varias ocasiones la falta de respeto a las libertades civiles y la corrupción policial. Su Presidente, Dimitri Medvedev, se ha limitado a reconocer las carencias de la democracia en su país y a justificarlas en la larga tradición de gobiernos autoritarios que ha padecido el país: “Nuestra democracia se desarrolló sólo durante 20 años”.

También en Estados Unidos, donde la bandera de la libertad y la democracia ondea desde su nacimiento como nación independiente, la transparencia y la forma de actuar de los gobiernos ha sido cuestionada en numerosas ocasiones. Las escuchas telefónicas que el gobierno del ex presidente George W. Bush autorizó después de los atentados del 11-S, la interceptación de correos electrónicos, las incursiones en el ámbito privado de los ciudadanos bajo el pretexto de preservar la seguridad nacional, son sólo una pequeña muestra de cómo su democracia también viola los derechos de los ciudadanos. Quizá por eso la aparición de Wikileaks no haya sido bienvenida. Perseguir a su fundador o acusarlo de poner en peligro la seguridad de sus soldados con las filtraciones, es también una forma de censura.

En el contexto de crisis actual las democracias también han demostrado a sus ciudadanos que los derechos y libertades que hasta ahora les pertenecían, pueden serles arrebatados de un momento a otro y sin consulta previa. En nombre del bien colectivo y bajo la promesa de una pronta recuperación, llaman al sacrificio y al silencio. Los ciudadanos de esa democracia autoritaria que no tiene en cuenta de dónde proviene ni para qué nació, asistimos cada día al espectáculo grotesco de la política que nos brindan nuestros dirigentes. Y si políticos como Berlusconi han demostrado que son capaces de eludir las respuestas ante la justicia, resulta difícil esperar que lo hagan ante los ciudadanos.
En momentos como éste, conviene que los ciudadanos recordemos cuáles son nuestros derechos, esos que la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce. Sólo así podremos tomar verdadera conciencia de la situación que atravesamos y forzar el cambio. Ya lo dijo el dramaturgo alemán Peter Weiss: “hemos inventado la revolución, pero no sabemos qué hacer con ella”.